Narradoras
El mérito de ser mujer y escritora es doble si tenemos en cuenta que, hasta bien entrado el siglo XIX, la mayoría de las mujeres no sabían leer ni escribir. Cultura equivalía a privilegio y este estaba reservado a las mujeres pertenecientes a las clases altas, e incluso estas recibían una pobre educación encaminada a formarlas en el cuidado del hogar y la familia.
A pesar de las trabas que la sociedad les ha impuesto, las mujeres siempre han demostrado una gran capacidad para crear historias y no solo de amor. Hasta el siglo XVI los casos de mujeres escritoras eran excepcionales, pero a partir del XVII estas empiezan a tener mayor visibilidad, sobre todo debido a la generalización de la imprenta y al gran desarrollo que experimentaron las novelas por entregas en diarios y revistas.
Bien es verdad que para mantenerse en un campo reservado a los hombres, muchas utilizaban seudónimos masculinos, no solo para ocultar su verdadero nombre, sino para ocultar que eran mujeres. De hecho, de esta pequeña selección de ocho mujeres narradoras, tres de ellas, Cecilia Böhl de Faber, Amantine Aurore Lucile Dupin y Catalina Macpherson Hemas, firmaban con seudónimo.
Otras usaban el apellido del marido, como el caso de la francesa Madeleine-Angélique Poisson, una de las autoras más prolíficas de la Ilustración, que firmaba como Madame de Gómez, pues estaba casada con un español.
Lo que es innegable es que la mujer encontró en la literatura una forma de expresión y de acceder a la cultura, aun a costa de ser desprestigiadas por la sociedad, una sociedad que incluso utilizaba de forma despectiva el término “bachillera” para designar a las mujeres que querían estudiar.